viernes, agosto 03, 2007

DIGNO DE LEER

El siguiente artículo me pareció digno de leer, a propósito del post "POBRES POBRES". Confirma el hecho de que ante la situación mundial la burocracia nos mata mientras más gente muere de hambre y los pobres.... ¿los pobres? A parte de que siempre estarean entre nosotros, están de moda. Disfrútenlo:

LA SUPERFICIE Y EL FONDO Setecientos hambrientos más a Canarias

Situación angustiosa para las autoridades canarias de acogida. Setecientos inmigrantes de aluvión se añadieron el pasado 16, jueves, a sus albergues, abarrotados con las remesas anteriores. Hoy, el problema de darles comida, una colchoneta y abrigo ya no es lo importante. Lo importante es encontrar qué hacer con masas de parias que llegan a España, cuerno de la fortuna y país de acogida gracias, en cuanto a lo cercano, a la insensata política del Ministro de Trabajo, señor Caldera, y a la intervención anticolonialista de las dos potencias, EE.UU y Rusia, en cuanto al antes de ayer. Unos amigos me mandaron un reportaje de esos que proliferan por Occidente para encogernos el alma. Las mismas fotos con distintos remites y comentarios al pie que quien los hace se ve a sí mismo tan lleno de santo humanitarismo. Circulan todavía algunas que son de la guerra de Biafra. El mensaje es de este porte: Un muchacho rubio y coloradote y al lado el texto: «¿No te dieron tu paga de fin de semana…?» Otra foto con un esqueleto viviente y el contraste: «Pues, él no tiene qué comer.» Y así, como con esos bebés adormecidos que alguna gitana exhibe para más avivar la caridad, las ONG muestran el drama que nos lleve al Banco a hacer la transferencia. Cien euros y me quedo tranquilo, particularmente si no quiero enterarme del apuro de esa familia de al lado, del vecino que necesita conversación, del hijo por el que tiré la toalla de comunicarme con él…

Lo dijo Jesucristo: “Los pobres siempre estarán con vosotros...” (Mt 26, 11; Jn 12, 8). Desde luego que sí, y en particular para responsabilizarnos de los beneficios recibidos de nuestros antepasados. ”Al que más se le dio más se le pedirá.” (Lc 12, 48) Pues, bien, eso es precisamente lo que hemos de dar: lo que hemos recibido. No recibimos oro ni plata sino fe en Dios y en nosotros mismos; orden en la sociedad y en las conciencias, con muchas ganas de trabajar; capacidad de sacrificio y más trabajo. Y, en consecuencia, generosidad. Por supuesto, esta actitud debe empezar por los gobernantes. Por ejemplo, el SIDA —casi toda África negra está enferma de SIDA— se habría evitado con la educación, pero ésa que el marxismo libertario no sabe dar. Sospecho, sobre bases médicas conocidas por mi experiencia profesional, que el SIDA no es una pandemia provocada por experimentos, como se ha insinuado, sino el efecto de romper con los frenos éticos de tribu y desertar de los principios cristianos enseñados por los colonizadores. Desprovistos de esas dos pautas morales, no ya el SIDA sino el infierno entero es el fruto seguro. ¿Qué hacen los nuevos misioneros? Reparten preservativos… Y abren pozos de agua, dicen una misa que no sabemos qué cosa es, quieren mucho a sus indígenas… Pero llevan más de medio siglo sin ofrecer religión católica pues no pueden dar lo que no conocen. Son misioneros de Caritas pero no de la fe de la Iglesia que engloba todo bien. ¿Es que nunca sabremos valorar nuestra cultura cristiana? Parece que no, que preferiremos avergonzarnos. La nueva humildad a ejercitar consiste en admirar a los protestantes y respetar a los ateos. De los musulmanes ni digamos: según las más altas instancias eclesiales con ellos “adoramos al mismo Dios” (para quienes no es Espíritu Santo y menos aún es Jesucristo). Es la ciencia (?) teológica de la Iglesia de hoy. Así no es extraño que nos avergüence reconocer y defender lo mucho que la Humanidad perdió cuando empezó a romperse la Cristiandad.

Y es que la pobreza en el mundo no podemos evitarla nosotros con nuestro solo esfuerzo. Además, lo dice la Aritmética. Se necesita cambiar antes la cultura mundial, que nos caigamos del burro de la democracia salvaje y la entendamos como castigo insoportable. El castigo de darle al medio el trono que le quitamos a Dios, el fin. El problema radica principalmente en una idea de libertades, prostituidas de intención, por las cuales pueblos que no estaban preparados se compararon con civilizaciones muy sólidas y antiguas. Dije prostituidas porque con esas libertades lo único que se conseguía fue separar a los pueblos de sus protectores y educadores. África estaba siendo convertida casi toda a la fe católica, excepto algunas áreas de iglesias evangélicas y un mahometismo casi limitado a las viejas fronteras árabes de Oriente Próximo y costa norte. La mayoría de la población negra se consolidaba para Cristo, incluida Biafra. Y la religión católica en muy pocas generaciones habría dado a la negritud un gran protagonismo en el mundo. Preguntemos qué árbol trajo estos frutos. ¿Que qué frutos? La nada del animismo y sus brujos, por un lado, y el Islam en expansión por todo el continente. A sus pueblos se les quitó Cristo y a cambio se les “liberó del opresor colonialismo”, se les vendió el odio independentista para perderse entre el hambre y las riquezas. Casi animalizados como milenios atrás. Por supuesto, extraíamos las riquezas pero las gentes estaban muchísimo mejor que ahora. Se abrían carreteras, se cultivaba la tierra, se competía en el comercio, se levantaban escuelas y, mientras no todavía universidades, sus hijos venían a formarse a las metrópolis de Europa. El producto de sus riquezas se repartía, creo recordar que en algunos países superando el 60% de la utilidad neta. Y no valoro la dirección y la administración, en alto porcentaje encomendada a órdenes religiosas cuyos miembros trabajaban gratis. Miremos el caso de Guinea Española. Es un dolor que golpea a nuestro corazón cuando les oyes hablar de su pasado español, nunca llamado “colonial” ni por ellos ni por nosotros. Los guineanos estudiaban nuestros mismos libros de Bachillerato; tenían nuestros mismos héroes, reyes y santos; rezaban como nosotros, surgían familias cristianas nobilísimas, tenían su representación a Cortes, Seguridad Social y jubilación reglada... Y los saharianos… El español en su lengua era encantador, además de perfecto. Negros como el carbón, nuestros africanos no magrebíes tenían el alma tan española como cualquiera de nosotros. Hoy, desorientados y explotados, bien por Francia, o por desalmados, o por yo qué sé, su existencia es muy diferente a la de antes.

Es también verdad que en muchas naciones los cuadros dantescos que presentan a nuestros ojos no los miran allí igual. Desde su etnia no ven las cosas como nosotros, no lo que nosotros vemos. Tienen gobernantes para los que no hay seres sufrientes, pobreza profundísima pues apenas si ven a parias, mejor decir cosas que sirven de reclamo para las limosnas que acaban con los recursos propios de reacción. Ya ni se cultiva la tierra pues es más cómodo administrar lo que se les manda. Así, o los explotan sus gobernantes o los abandonan a su suerte en similar solución a la que Carrillo reservó a su problema de las reatas de presos en Paracuellos.

Envíense, pues, a la ONU todas esas fotos de barrigas hinchadas y madres de pechos secos; mandemos esos reportajes y sus ironías comparativas a los gobernantes de esos pueblos. Esos contrastes que nos clavan en la conciencia que los vean sus embajadores en la ONU, la mentirosa y cínica ONU a la que el Nuevo Orden encargó la descolonización inmediatamente después de acabada la Segunda Guerra Mundial. Por cierto, un plan al que se adhirió la Iglesia de los pontificados de Juan XXIII y Pablo VI. (Pacem in terris y Populorum progressio). Esas fotos que las vea el Secretario General, o los que administran el reparto de los donativos ingentes. Allí, en Nueva York, en los amplios espacios que aún dispone el conjunto de Naciones Unidas, es donde debe levantarse el “campamento de los santos”.

Señores, ni a España ni a Europa, ni a todo el Occidente puede culparse de su civilización, de sus siglos de cultura cristiana, de su trabajo de generación en generación, de sus gobiernos ordenados bajo las leyes de Dios. Y menos a nosotros los españoles. Quien os escribe conoció una España en alpargatas que ya venían deshilachadas de caminar sobre la invasión francesa, la Guerra de la Independencia, el cuento chino de la ayuda de los ilustrados, el reinado de Isabel II podrido de masones (como ahora), la subasta salvaje de la Desamortización, la avaricia de sus aprovechados que se quedaban fincas para dejarlas improductivas... Una patria exhausta de guerras internas por la defensa de su identidad, hundida en la desmoralización del noventa y ocho, sangrada en las guerras de Cuba, Filipinas y África, empobrecida en un desierto industrial y con una política de empleo funcionarial y burocrático. (Las carreras se objetivaban hacia la Iglesia, la Milicia y el Derecho, mientras que el sostén nacional recaía en el campesinado, la artesanía y la emigración a América). Una España que tras la anarquía republicana sufrió una horrible guerra, tuvimos cinco en menos de cien años, que después de treinta y dos meses de fuego y sangre agotó sus endebles estructuras: campos sembrados de cráteres, casamatas y obuses sin estallar; regiones devastadas, ciudades salpicadas de escombros entre los que anduvimos de niños; miles de kilómetros de algo parecido a carreteras pero sólo para carros de mulas; ferrocarriles o puertos inútiles al sesenta por ciento. Y las cartillas de racionamiento que distribuían por semana a cada español un cuarto de kilo de azúcar, un octavo de litro de aceite, una barra de pan negro, un kilo de alubias, almortas, lentejas con bicho...; un país en restricción continua de carbón, de gasolina, de agua y de luz eléctrica. Y, sobre todo esto, el bloqueo económico del mundo occidental, nuestro mundo (¡qué baldón!), que pudo ayudarnos pero prefirió complacer a unos extraños patriotas que para que el resultado de la guerra cambiara de signo no les importó, tras el expolio de una de las reservas de oro y plata más grandes del mundo y la rapiña institucional que transportó “El Vita” (cfr. Francisco Olaya, “El Expolio de la República”, Belacqua, 2003, Barcelona), contemplar desde su confort de París o Méjico cómo nos diezmaba la tuberculosis. Finalmente, solos pero con orden, paciencia y una emigración protegida, salimos adelante; y dispusimos por primera vez en nuestra historia del colchón económico de la clase media, fundamental lanzadera de una recuperación económica asombrosa iniciada tan pronto como los USA mandaron a freír espárragos a sus consejeros de izquierda (el Partido Demócrata del tendero Mr. Truman, el de la pajarita).

No es verdad que seamos unos privilegiados obligados a dar cobijo así, sin más, a todo el que lo exija... Nadie puede decir que somos unos pijos nenes de papá. Y, menos aún ciertos curas acomodados y misteriosamente consentidos en su progresía proletarista (!), los cuales, encima, ni saben dar trigo ni cuidan la fe de sus parroquias.

Pedro Rizo PRIZOMD@hotmail.com Artículo extraído de: Minuto Digital

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