Siempre creí que los ángeles eran rubios, o niños de meses con intención pornográfica (siempre estaban desnudos), alas de paloma (alas de otra cosa son del diablo) alteradas genéticamente y siempre blancas (alas negras son der diablo), pelo castaño claro, cara de felicidad y etcétera... Hasta que aprendí a leer la Biblia incluyendo mi cerebro, independiente (hasta donde se podía) de las concepciones europeas del mundo o los seres bíblicos.
Recuerdo que cuando estudiaba arte en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (por si no lo sabían soy ilustrador) vi en un catálogo dos cuadros, de hecho el mismo cuadro, uno con un ángel rubio que acompañaba a dos niños... rubios; y el otro (que era el mismo pero diferente) con un ángel negro que acompañaba a dos niños... negros. Supongo que los negros se ofendieron porque los ángeles blancos le estaban quitando el negocio del modelaje a los ángeles negros, así que hicieron su sindicato y los trajeron al negocio.
En la Biblia los ángeles aparecen como seres tan comunes, normales, que cuando interactúan con los hombres parecen ser como cualquier transeúnte de la ciudad. Pero también aparecen como seres más bien monstruosos, con cuatro rostros en su cabeza (como lo describe Ezequiel capítulo 1, a los que llama seres vivientes, y que en Apocalipsis se les diferencia de los ángeles), con rueda y todo lo demás. Algunos cuando aparecen dicen: "No temas", supongo para que no te desmayes bajo la impresión de su aspecto, y otros parecen guerreros. ¿Pero rubios? ¡Oh, la maldición del antiguo mundo perfecto europeo en nuestra bendita forma de ver la vida! Se cuela hasta en la teología.