TEOLOGIA DE LA PARALISIS

Me encanta “la conversación”, si pudiese cambiar y pasar más tiempo hablando de cualquier tema que sienta que me aporte, con diferentes tipos de personas (o personajes, porque hay personas que son personajes en sí mismos) lo haría. Y también he notado que las “conversaciones interesantes” tienen un increíble poder adictivo: te excitan, y cuando las terminas esperas que llegue pronto el momento en que puedas volver a retomar el tema. Te emociona también saber que sabes algo que otra persona no sabe o saber que puedes aportar, te sientes como: “¡Mierkina! Soy alguien.”

Pero me he dado cuenta que muchas de nuestras conversaciones no producen nada, no dan ningún fruto ni nos llevan a ninguna parte. He observado también la cara de quienes “saben mucho”, de quienes “conversan más” y de quienes “son expertos en tal tema”; y algunos parecen depresivos, idos, viven en una constante lucha interna porque siempre están “en contra” del status quo, pero también dependen de él, y les produce ansiedad el no poder hacer nada, porque hacer algo significa rechazo. Y si lo hacen no saben vivir con el rechazo.

Sin ánimos a que se me malinterprete: apoyo las discusiones teológicas, apoyo las conversaciones constructivas en torno a un interés por un conocimiento más profundo de Dios. Pero, muchas de estas lo que hacen es que nos paralizan y no nos llevan a ningún lado. Muchas propuestas, muchos conceptos nuevos, muchas respuestas.

¿Alguien podría proponer una teología más en contacto con la praxis que los abstractismos que están tan de moda hoy en día? ¿una teología de la praxis que no sea tanta teoría sino algo que se pueda llevar a la práctica?

Te leo.